Miro para atrás y hace un tiempo, que no parece tan lejano, me sentaba al lado de Juan en la UADE. Eran días interminables; A las 9 am había que estar en la oficina en el centro de CABA, a las 18 hs terminaba el día laboral y empezaba otro, el de la facultad. Cursábamos de Lunes a Viernes de 18:30 a 22:30 hs. Juan siempre fue mejor alumno que yo, pero esa es otra historia.
Siempre decimos a conocidos que ahí se empezó a gestar el Grupo Cencerro. Había muchas inquietudes, más preguntas que respuestas y un horizonte casi inalcanzable; "¿Por qué la mayoría de los productores no gestionan eficientemente? ¿De verdad son muchos?" … “Algún día vamos a poder hacer algo por aquellas empresas del sector que necesitan mejorar”, decíamos con optimismo inexperto juvenil.
Nos recibimos y la vida pasó, cada uno tomó su camino; Yo decidí sumarme al proyecto de TECHO en América Latina, fueron años muy intensos; de mucho viaje en avión, de mucho esfuerzo, siempre con el objetivo de aportar para que la organización sea cada vez más transparente, más sostenible y con mayor capacidad de rendir cuentas, de mucho extrañar la patria y nuestras costumbres.
En esos años nunca perdí de vista al campo ni esos piques de pejerrey en las lagunas bonaerenses con mi viejo mientras alguna vaca curiosa se acercaba a revisar como iba la cuota. Dicen que lo que se lleva bien adentro, nunca se olvida.
La “vuelta” fue una mezcla de sentimientos. Por un lado la familia y el querer asumir responsabilidades históricas correspondidas. Por otro, las convicciones. La convicción de que el tiempo tiene un valor que trasciende lo económico y material. La convicción de aportar desde el lugar que a uno le toca un grano de arena para engrandecer, al menos un poquito, la patria. La convicción de continuar sueños de seres queridos que hoy no están y volver a ver al campo argentino como mi lugar en el mundo.
Grupo Cencerro se convirtió en poco tiempo en el sustento material de esa convicción. Miro para atrás y veo ideas que hoy son hechos. Cuando charlo con los encargados de las empresas agropecuarias con las que trabajamos y veo que hoy son cada vez más sostenibles, que piensan para adelante con mezcla de optimismo y desafío. Cuando consideran que con nuestro trabajo pueden tomar una decisión con mayor seguridad, ahí siento que ya gané. Que ya aporté. Que hice lo que venía a hacer. Que aquello tan lejano que veíamos y soñábamos en un banco de la facultad hoy es una realidad. Es nuestra realidad.
En un mundo donde todo parece frágil, siento que "el Cence" me da lugar y certezas para seguir transitando caminos. Para seguir materializando propuestas e ideas, para que la Argentina pueda seguir exportando alimentos, sí, pero también convicciones, sueños y experiencias que sean inspiradoras para otros. Porque si no vivimos de sueños que nos empujen a superar obstáculos, ¿de qué vamos a vivir?...
Hasta la próxima!
Ezequiel Cruz
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